Su nombre es Juan, llevamos siete años juntos, dos años
casados.
Siempre fui su princesa, su mejor amiga, su amante, nunca le
falto un detalle para mi, siempre fui sus ojos, y él mi vida.
Hace ocho meses, en medio de la perfección, Juan sufrió un
accidente, lesiones cerebrales que marcarían nuestra vida. Ahora Juan depende
de mí para todo, yo soy sus ojos, su boca, sus manos…
Daniel es un encanto, asiste a Juan mientras yo continúo
trabajando.
Al llegar de trabajar, Juan y yo nos quedamos a solas, a
veces quiero leer y leo para dos, otras veces salimos y empujo su silla hasta haber
perdido el rumbo. Cada día lo hago diferente. Al llegar a casa, a veces me doy
pequeños caprichos, y por supuesto, Juan entra siempre en mis planes. Una ducha
caliente y muy relajante, o tumbarnos en el suelo a escuchar música, los dos,
amantes siempre de la misma música, con nuestra banda sonora y canciones
favoritas compartidas. Podemos pasar horas así. Después, acomodados en la cama
solemos disfrutar de alguna serie o película, a veces interrumpimos la película
para hacer el amor, de alguna forma, Juan me demuestra cuando quiere sexo,
otras veces seguimos con la película hasta quedarnos dormidos, algún gesto suyo
me recuerda que he de apagar la televisión y tomar mejor postura.
Los días son largos, fríos, monótonos y difíciles. Echo de menos
a Juan, echo de menos sus piropos, sus bromas, sus caricias sorpresa, sus
cuidados.
Esa noche, como tantas veces, veíamos una película juntos,
he besado a Juan, y unos minutos después, al mirarle, le vi derramar una
lágrima.
¿Es que Juan también echa de menos abrazarme?, ¿Me ama tanto
que le duele su dificultad para expresarlo?,
O… ¿quién me dice que sigo siendo el amor de su vida, y que estas
no eran lágrimas por el dolor que le produce la resignación a mi compañía?