sábado, 23 de julio de 2011

La tarde

La tarde estaba siendo muy gratificante, guiños y reconocimiento que de ser tan excasos cobran tal valor. Solo faltaba una cosa dentro de las pequeñas posibilidades que yo misma podía ofrecerme. Entonces, inspirada por un entrañable e influyente personaje, me levantaría y desaparecería por un rato. La tarde estaba siendo muy agradable y ahora me sentaría de nuevo para comentar, que dentro de esos pequeños placeres que yo misma podía ofrecerme, la tarde acabaría siendo perfecta.

El alcohol, las risas, los amigos, y las ferias de pueblo, el día siguiente... no todo es dolor de cabeza. Es difícil trabajar así, es cuando aprovecho para desmenuzar palabras, ideas e imágenes.

lunes, 4 de julio de 2011

La ciudad debajo. Cuento

 
    Lucien Freud

Todos los días pasaba por allí, y los tres últimos, ella estaba sentada en aquel banco frente al parque. Era una mujer de unos cincuenta y tantos años y enórmemente gruesa. No gruesa, era enórmemente obesa. Con una barriga enorme y unas tetas como cántaros. Realmente no entiendo como había podido llegar hasta aquel banco.

Cada día veía la misma cara en la que el sufrimiento de la vida iba marcándosele con arrugas según pasaban las horas. Yo empezaba a estar cansada y molesta por sus suspiros, curiosa y un poquito preocupada, así que me senté a su lado y le hablé:

-Hola, ¿le importa que me siente?
-Claro que no, cariño. -Dijo la mujer con voz apacible-.

Parece que al sentarme allí le proporcionó un halo de luz.

-¿Por qué está aquí?
-Estoy desesperada.
-Ya lo había notado, ¿y que le ocurre? -le pregunté con atrevimiento-.
-Hace dos semanas que mis hijos han desaparecido. La casa está igual, sus cuartos sin recoger, el perro sin pasear y ellos... sin aparecer.
-¿Ha buscado bien? ¿Ha llamado a sus amigos?
-Si, nadie tiene idea de donde pueden estar. Todos están extrañadísimos porque no se conectan a facebook.
-¿Está segura de que ha buscado bien?
-Ehm.... creo que si.

Entonces la miré con cara de sentirlo mucho, me levanté y seguí mi camino, prometiéndole ayudarla a buscar a sus hijos.

Al día siguiente, la mujer seguía allí. Sin mediar palabra me senté a su lado, en el banco de siempre, y ella, con un tono muy alto, rozando la histeria me dijo:
 -¡Ay niña, que hoy cuando me he levantado, había desaparecido mi marido! ¡Me han dejado sola, y yo no se vivir sola!
- No se preocupe, vamos a encontrarlos. -le dije en un arrebato de seguridad-.
-Además, cariño, creo que empiezo a volverme loca, porque oigo sus voces, aunque no consigo averiguar lo que dicen.
-No se preocupe,-repetí-, los encontraremos.

Ahora era yo la que creía volverse loca porque también comenzaba a oír voces.

-¡Puedo oírlos! -le dije sorprendida-.
- Si, pero no podemos entender qué dicen, y eso nos ayudaría.

Comprobé, que mientras más me acercaba a esta mujer, más claras eran las voces, pero decidí ignorarlas. No quería parecerme a ella.

-Señora, si no le importa tengo que irme, es la hora de mi siesta.
-Me siento muy sola, puedes dormir aquí y apoyarte en mí.

¿Y por qué no?-pensé-, esta mujer era tan gorda que parecía ser muy cómoda, así que apoyé mi cabeza sobre su enorme barriga y, de nuevo, comencé a oír aquellas voces.
Mientras estaba allí entre dormida y pensativa tuve un flash...

-¡Señora!
-Cariño, llámame Cleo.
-Cleo, ¿qué comió anoche?
-¿Por qué? No te preocupes, no me he comido a mi marido y a mis hijos si es lo que estás pensando.
-Está bien, era solo una opción.

...

De pronto, entendiendo que me había quedado dormida, me desperté sobresaltada. Levanté mi cabeza de su barriga muy rápidamente porqué sentí una enorme fuerza de atracción.

-¡Señora! digo.... ¡Cleo! lléveme a su casa, ahora!
Y así lo hizo.

Una vez allí le dije a Cleo que se quitara el vestido, estaba segura de haber encontrado a su familia. Cleo me miró extrañada pero no dudó, por alguna extraña razón ella confiaba plenamente en mí. Se quedó desnuda e inmóvil, y como pude levanté su teta izquierda.

-Cleo, agradecería su ayuda, esto pesa.
-¡Claro, cariño!

Entre las dos conseguimos levantar su teta izquierda y allí debajo había una ciudad enorme. Nunca había visto algo así, aquellas vistas solo las pude observar antes desde el Empire State en Nueva York.

-Dios mio, Cleo, esto va a ser muy difícil, pero te juro que los voy a encontrar.
-¡Muchas gracias, cariño! -me dijo mientras se secaba un lagrimón que le caía por la mejilla-.
-Está bien, busca ayuda y mañana a esta misma hora estaré esperando justo aquí para que vuelvas a levantarte la teta y entonces sacaré a tu familia.

Y así fue. Una vez bajo su teta, me dí cuenta de que era una ciudad enorme pero casi despoblada, y vi que no sería muy difícil encontrar a la familia de la desdichada Cleo. Además, el resto de los vecinos también querrían salir de allí.

Los reuní a todos: sus hijos, su marido, varias amigas, sus ex-amantes, los cuales había conseguido rehacer su vida allá abajo, y una mujer de viejas experiencias lésbicas del pasado de Cleo.

Una vez juntos, y llegada la hora, allí estábamos colocados en fila y fuimos saliendo. Conforme salían de allí, más lloraba Cleo de alegría y los abrazaba con amor y cierto temor. Todos en el momento de su caída a aquella ciudad habían sentido gran irritación contra Cleo, pero oyendo el eco de su llanto y su echar de menos, habían aprendido a perdonarla y a quererla.

Salieron por fin todos, salí yo, y al bajar la teta le comenté:

-Cleo, eres una mujer maravillosa pero debes cuidarte un poco más para no perder a la gente. Y por favor, destruye esa ciudad.